Los mayores organismos económicos del planeta acogieron a finales del año pasado a cuatro mujeres para ocupar puestos clave en su jerarquía. Gita Gopinath fue nombrada economista jefe del FMI (Fondo Monetario Internacional); Pinelopi Koujianou fue nombrada para el mismo cargo por el Banco Mundial (BM); Laurence Boone fue también como economista jefe por la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico); y Natacha Valla fue nombrada número dos de la dirección política monetaria del Banco Central Europeo.
En un contexto de igualdad esto no debería ser noticia. En los estudios de Economía la presencia de mujeres es alta, llegando a representar a la mayoría de los alumnos en algunas ocasiones. Pero al salir de las facultades todo cambia. Según la American Economic Association, tan solo el 15% de los profesores de economía son mujeres y solo una mujer ha ganado el Premio Nobel de Economía (la politóloga norteamericana Elinor Ostrom, en 2009).
Estos hechos tienen consecuencias negativas, pues la diversidad enriquece los debates económicos. Según el diario La Vanguardia, un sondeo realizado en E.E.U.U en el año 2014 entre académicos de economía reveló que “el 63% de las mujeres consideraba que los ingresos deberían distribuirse mejor” (en contra de un 45% de hombres). También era más alto el porcentaje de mujeres que valoraban la aplicación de seguros de salud y que criticaban que las políticas actuales están enfocadas excesivamente en el crecimiento a costa del medio ambiente.
Algunos expertos como Marta Reynal-Querol afirman que "las investigaciones económicas de las mujeres tienen una orientación más práctica dirigida a las políticas aplicables. Los hombres en cambio se centran más en los modelos teóricos y mediciones”. Para la economista Isabel Perea, “las mujeres dan más importancia a la recopilación de datos y opiniones, son más conciliadoras”. Quizás ha llegado la hora de liberar de sus cadenas al liderazgo femenino.
Por: Júlia Bonilla